Francisco Canivell (1721-1796), Bibliotecario del Real Colegio de Cirugía de Cádiz en 1749, a propuesta de Pedro Virgili, teniendo en cuenta su dominio de idiomas y su amplia cultura.
En 1755 fue ascendido a Ayudante de Cirujano Mayor, ocupando la vacante tras la muerte de su hermano Ignacio. Durante catorce años desempeñó la plaza de Profesor de Osteología y Vendajes, hasta 1769, en que es nombrado Cirujano Mayor de la Armada. Durante esta época destacó como litotomista mejorando las técnicas para la extracción de cálculos de la vejiga de Lancef; también fue un eficaz partero, obstetra y oculista.
A partir de 1769 y hasta 1777 Canivell pasó a ser Cirujano Mayor de la Armada y Vicedirector del Real Colegio de Cirugía de Cádiz, cargo que se le restituirá a partir de 1780 hasta 1789 tras su suspensión de empleo por el enfrentamiento con el Director del Colegio. En 1795 le concede el rey el honor de ser Cirujano de Cámara.
Creador del Montepío para Viudas y Huérfanos de Cirujanos de la Armada, que aprobó Carlos IV en 1789. Un año después el rey le concede “privilegio y gracia de la superior nobleza del Principado de Cataluña, para sí, sus hijos y sucesores, perpetuamente, con relevación de todo servicio pecuniario y del de la media annata”
De su obra científica destacan dos libros:
Tratado de Vendages [sic] y Apósitos para el uso de los Reales Colegios de Cirugía, impreso por primera vez en Barcelona, en 1763, que como bien explica tras el título, muestra (ilustrado con diez láminas) «los apósitos necesarios a cada operación, tanto separados como aplicados con sus correspondientes Vendajes para la más fácil inteligencia de los principiantes». El manual estaba basado en la literatura médica de aquel tiempo y en su larga experiencia como cirujano militar.
Y el Tratado de las Heridas de armas de fuego, dispuesto para el uso de los Alumnos del Real Colegio de Cirugía de Cádiz, de 1789, un manual práctico sobre las diferentes heridas originadas por este tipo de armas y la forma de actuar en cada una de ellas, donde recoge la experiencia en los cruentos combates que asistió y su propia observación.
Le cupo el honor de pronunciar la Oración Fúnebre de su maestro Pedro Virgili.